Cuando conociste a tu primer dispositivo recuerda ese momento mágico en el que abriste la caja de tu primer smartphone, un amor a primera vista. ¡Era tan brillante, tan ligero, tan perfecto! Prometiste que nunca lo rayarías, que siempre lo cargarías a tiempo y que jamás lo dejarías caer al suelo. Pero, como en toda relación, la ilusión duró poco. A la semana ya tenía una funda de 2 euros y una pantalla llena de huellas dactilares.
Contenido
El amor a primera vista y el primer disgusto
Y luego llegó el primer disgusto: la batería que duraba menos que un chiste malo. ¿Cómo era posible que algo tan bonito te fallara justo cuando más lo necesitabas? Pero, a pesar de todo, seguías amándolo. Porque, admitámoslo, sin él no eras nadie. Sin él, no podías sacarte selfis ni presumir en redes sociales. Ah, el primer amor… siempre es inolvidable.
La dependencia emocional y el amor a primera vista
Un día te despertaste y lo viste claro: sin tu Laptop, tu móvil y tu Wi-Fi, eras como un pez fuera del agua. ¿Cómo ibas a saber qué tiempo hacía sin abrir una app? ¿Cómo ibas a encontrar esa cafetería cool sin GPS? ¿Y cómo ibas a sobrevivir a una reunión familiar sin poder esconderte en Instagram? La tecnología se había convertido en tu mejor amiga, tu psicóloga y tu cómplice.
Pero, como en toda relación tóxica, empezaste a notar los efectos secundarios. ¿Cuántas horas al día pasabas mirando una pantalla? ¿Cuántas veces te distraías de lo importante por un simple «ding» de notificación? La dependencia era real, pero no te importaba. Porque, al final, ¿qué sería de ti sin tu dosis diaria de likes y memes?
Los celos tecnológicos
«¿Otra vez con ese maldito móvil?», te decía tu pareja mientras tú intentabas terminar una partida de Candy Crush. Y tú, claro, te defendías: «¡Es que es importante!». Pero en el fondo sabías que no era así. La tecnología se había convertido en la tercera en discordia en tu relación. ¿Cómo explicar que prefieras ver TikTok antes que una película juntos?
Y luego estaban esas noches en las que te acostabas y, en vez de abrazar a tu pareja, abrazabas el cargador. Porque, admitámoslo, el móvil nunca te dejaba tirado. Siempre estaba ahí, listo para entretenerte, consolarte y hacerte reír. Pero, cuidado, no todo es perfecto. Porque, al final, ¿quién te iba a dar un abrazo de verdad?
Cuando la tecnología te traiciona
Todo iba bien hasta que llegó el día en que tu ordenador decidió actualizarse justo cuando tenías que entregar un trabajo importante. O cuando tu móvil se quedó sin batería en medio de una cita. O cuando el Wi-Fi se cayó en el peor momento posible. Ahí fue cuando el amor se convirtió en odio. ¿Cómo podía ser tan despiadada la tecnología?
Pero, como en toda relación de amor-odio, siempre terminabas perdonándola. Porque, al final, sabías que no podías vivir sin ella. Aunque te fallara, aunque te hiciera sufrir, siempre volvías. Porque, ¿qué sería de ti sin esa sensación de poder tener el mundo en la palma de tu mano?
¿Tecnología o humanos?
Con el avance de la inteligencia artificial, empiezas a preguntarte si algún día podrías enamorarte de un robot. ¿Sería raro? ¿Sería triste? ¿O sería simplemente el siguiente paso en la evolución del amor? Después de todo, un robot nunca te diría «no tengo ganas de hablar» ni se olvidaría de tu aniversario.
Pero, por mucho que la tecnología avance, hay algo que nunca podrá reemplazar: el calor humano. Porque, al final, ¿de qué sirve un mensaje de texto comparado con un abrazo? ¿O un emoji comparado con una sonrisa real? La tecnología puede ser tu aliada, pero nunca tu única compañía.
Así que, en este San Valentín, recuerda: ama la tecnología, pero no olvides amar también a las personas y Regala cuando te apetezca, no cuando te digan otros que lo hagas.